Esto escribió el Papa
San Juan Pablo II en 1994 en la Carta Apostólica publicada con ocasión del
Jubileo del año 2000.
“En nuestro siglo
han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, casi milicia
desconocida, de la gran causa de Dios. En la medida de lo posible no
deben perderse en la Iglesia sus testimonios. Es preciso que las
Iglesias locales hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de
quienes han sufrido el martirio, recogiendo para ello la
documentación necesaria. Esto ha de tener un sentido y una
elocuencia ecuménica.
EI Papa proclama con más
fuerza lo declarado por El ya en otras ocasiones, como en la
Encíclica "Veritatis Splendor (n.90-94),donde subraya que
“los mártires marcan el paso de la vida de la Iglesia”.
El Catecismo
de la Iglesia Católica reafirma el martirio
como "testimonio supremo dado por la
virtud de la fe; el mártir es un testigo hasta con la muerte. Da
testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la
caridad" (n.2473).
El martirio, considerado
en su aspecto teológico, no es fruto de una decisión del hombre,
sino acción de la gracia, en el sentido de que no depende únicamente
de la fuerza humana.
Es mártir el elegido
llamado a dar la prueba suprema de su amor a Cristo.
Dios llama a todos al
testimonio, pero reserva sólo a algunos para dar testimonio de El
públicamente.
Así pues, la gracia no
es sólo invitación, sino impregna la acción misma del testimonio.
Todo cristiano escogido
para este acto supremo obedece enteramente a la acción del Espíritu
Santo, sufre la prueba sin prestar atención a los padecimientos que
laceran su cuerpo, pues vive ya en la dimensión divina: "Muchos
de los nuestros - afirma Orígenes -,
aun sabiendo que confesándose fieles cristianos habrían sido
sacrificados...han desestimado la vida y han escogido voluntariamente
la muerte por la vida".
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