Un sacerdote, castellano manchego, amigo, admirador y devoto del Siervo de Dios, ha escrito esta bella evocación del tránsito de Ángel de esta vida a la eterna en la que se daba cumplimiento a la Promesa y veía confirmada la Esperanza que acompañaba a su Fe. Conmemora así el 76 aniversario del martirio.
Vamos a hacer limpieza de fascistas.-
¿Cuántos son esta vez?
-
Cuatro y
una cucaracha.
-
¿Cómo?
-
Sí.
Cuatro fascistas y un cura.
-
¿Y qué
mal ha hecho el cura?
-
¡Joder,
ser cura! Ya sé que sólo tiene veinticinco años pero la mala hierba hay que
arrancarla cuánto antes.
-
¿De qué
se le acusa?
-
¡De ser
cura! ¿Te parece poco? Tú eres comisario político y sabes que los más
contra-revolucionarios son los católicos convencidos y los curas verdaderos,
éste, Ángel Muñoz, es uno de ellos.
-
Bueno, si
queréis asesinarlos, hacedlo.
***
-
Poneos ahí, alineados, mandó el jefe miliciano a los cinco prisioneros.
El joven sacerdote movía los labios. No había en
su cara ni un gesto de miedo ni de odio. Uno de los milicianos, dirigiéndose a
él y en tono de burla la preguntó:
-
¿Estás rezando,
cura c…..? Y las balas que te voy a
regalar ¿va a venir tu Dios a pararlas?
El padre
Ángel con voz serena pero firme, le respondió:
-
Rezo el
Padrenuestro. Le pido a Dios que me perdone si en algo no he sido como Él
esperaba de mí y le pido que os perdone a vosotros.
Y comenzó
a recitar el salmo 27:
“El Señor es mi luz y mi salvación:
¿a quién temeré?...
una cosa pido al Señor…
habitar en su casa”
Nada más
pronunciar “habitar en tu casa”, los cinco prisioneros fueron abatidos.
***
-
¿Estamos donde
creo que estamos?, preguntó uno de los asesinados al padre Ángel.
-
Sí.
Estamos en el Cielo. Nuestros cuerpos
sin vida están abandonados en la cuneta, pero nosotros ya estamos en el Cielo.
Y a sus
espaldas, se oyó:
-
¡Bienvenidos!
Se dieron
la vuelta y quedaron atónitos. Ni un alma santa o mártir pueden describir lo
que es el Cielo y mucho menos su
encuentro con Cristo.
Los cinco
cayeron de rodillas.
Cristo
les tendió sus manos y los levantó mientras les decía:
-
“Siervos
buenos y fieles…” “ya habéis heredado el Reino de los Cielos”.
Y,
abrazando al padre Ángel y dirigiéndose a los santos y mártires que le
acompañaban, les dijo:
-
¡Aquí
tenéis un nuevo mártir! Morir por ser un fiel sacerdote y perdonando y pidiendo
el perdón para los que le han arrancado la vida. ¡Ángel, me siento orgulloso de
ti!
-
¡Gracias,
Señor! Pero el mérito no es mío, sino tuyo. Tú me llamaste al Sacerdocio y yo
acepté. Lo único que he hecho es procurar
vivir el Evangelio. ¡Todo lo he aprendido de Ti! Tú en la cruz nos perdonaste al decirle al
Dios Padre que no nos tuviese en cuenta nuestros pecados. Lo único que he hecho
es seguir tu ejemplo. ¿Cómo podría yo odiar a quien tú amas? ¿Cómo podría yo no
perdonar a quien tú perdonas?
El joven
sacerdote cayendo de rodillas, irrumpió a llorar, y a decir en forma de
oración:
-
Mi
cuerpo, mi mente, mi corazón, siempre te han pertenecido. Sólo tu Amor y tu
misericordia me han deslumbrado. Mi mundo ha sido amarte amando a toda persona,
servirte sirviendo a los demás, hacerte presente celebrando la Eucaristía…
¡Yo no he hecho nada, Señor, todo lo has hecho Tú!
Desde jovencito siempre supe que sin Dios el
hombre no es nada. Con Dios el hombre es todo y lo puede todo porque la Gracia
lo sustenta y lo fortalece…
Sus
sollozos ahogaban su oración. Terminó diciendo:
-
¡Tu
gracia, tu gracia ha sido mi fortaleza!
Cristo lo
levantó, lo abrazó de nuevo y toda la asamblea celestial comenzó a cantar el
Aleluya.
La sangre de los mártires es semilla
de nuevos cristianos
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Julian Escobar
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