Los médicos están preocupados porque día a día crece el número de los que padecen de los nervios. Ni siquiera es necesario oir el dictamen de los médicos. ¿O es que no nos encontramos a cada paso con hombres de alma quebrantada, hombres desesperados, que están en contradicción consigo mismos?
¡Cuál es la causa? ¿Cómo llegaron al estado en que se encuentran? Sin duda alguna hay varias causas de orden económico, social y moral. Pero el causante más frecuente del desasosiego espiritual es el acto del hombre que arranca violentamente de su vida el sustento vivificador que le brinda la religión.
En el hombre que pierde la fe y con ello se funde en la obscuridad el objetivo de su vida, empieza una lucha asombrosamente dolorosa y digna de compasión : empieza a buscar algo, algo que, fuera de Dios nadie puede encontrar.
¡Cuántos misterios abrumadores, cuántas preguntas pesan sobre las almas, aún sobre el alma de los mejores creyentes! Hay momentos en que aparece ante nuestros ojos la duda ¿Para qué sirve todo este mundo? ?De dónde procede y cuál es su fin? El esfuerzo de ser buenos, la lucha por sacar a la familia adelante ¿Para qué vale?
Si no sabemos dar respuesta satisfactoria a las cuestiones más candentes de la vida-y el hombre distanciado de la fe menos puede darla-, ya tenemos forzosamente dudas y cavilaciones que destruyen el equilibrio del espíritu. Aquél cuya alma es roída por la duda religiosa como por carcoma, tendrá síntomas enfermizos también en otros órdenes de la vida, porque asi como de la convicción religiosa brota una fuerza espiritual, de un modo análogo, de las cuestiones religiosas a las que no se da solución , se origina un sentimiento de debilidad y también de incertidumbre en lo que respecta a las tareas cotidianas de la vida.
Así que ¡Hay que dar razón de nuestra fe!
Así se comprende que crezca el número de pensadores-y entre ellos los hay que están separados por completo de la fe- que reconocen abiertamente el valor de la convicción religiosa en cuanto necesaria para la higiene del alma.
Causa sombro ver hasta qué punto se extingue en algunos todo rasgo noble y deseo elevado. Hay personas que al hablarle del alma, de la vida eterna, de la moral, de la responsabilidad, se sonríen con aire de superioridad. Naturalmente si el hombre se llena hasta el borde de este mundo material, no quedará en él lugar para Dios. Para dar entrada a Dios en nuestro aposento hemos de quitar los estorbos. Para que Dios entre en el corazón hay que dejarle sitio. Y una enfermedad que desaparecerá será la neurosis que provocó el que Dios no ocupara su espacio en el corazón.