domingo, 29 de abril de 2012

Monaguillos

He asistido hoy a la Misa dominical en una Iglesia que no es la habitual y me ha llamado la atención la aparición en el Altar del celebrante con cinco chavales de entre 9 y 11 años que han "oficiado" de monaguillos. Y su presencia me ha distraído durante unos momentos y me ha llevado atrás en el tiempo cerca de setenta años. Entonces en el Colegio Salesiano al que yo asistía ser monaguillo era culminar un proceso, algo así como alcanzar un orden eclesiástico. Por lo menos así lo considerábamos. Contestábamos en un latín perfecto, las genuflexiones habían de hacerse pausadas y al mismo ritmo, siempre íbamos emparejados: uno cambiaba el Misal  y el otro servia las vinajeras y tocaba la campanilla en la Consagración y la Comunión. En la Comunión de los fieles, a la derecha del celebrante con la patena y el de la izquierda con la palmatoria que se encendía para la ocasión. Antes de salir al Altar,nos lavábamos las manos, ayudábamos al sacerdote a ponerse las prendas litúrgicas, alba, estola,amito, casulla, etc. y luego al finalizar la Misa a quitárselas y dejarlas debidamente dobladas o colgadas en el armario. El Sacerdote lavaba luego los Corporales, los finísimos pañuelos donde había estado depositado Dios. Al final le besábamos la mano y daba las gracias o se nos corregía algún defecto siempre sonriendo.  Era un gran honor ayudar en la Misa y no digo nada si se trataba de la Misa principal o conventual a Iglesia llena. Siempre al terminar tuve la sensación intima de que si había habido Sacrificio Perfecto, si Dios había descendido con Alma, Cuerpo y Divinidad, era porque yo había contribuido a ello y además como testigo cercanísimo. ¡Qué pena! Han desaparecido los monaguillos, y al escribir esto siento un gran coraje porque me viene a la cabeza, que sé yo, un mal pensamiento... Y los monaguillos han sido en muchas ocasiones vivero de sacerdotes...El monaguillo, en muchos casos aspiraba a no quedarse como testigo cercano sino a llegar a hacer aquello de lo que había sido testigo, a tener un día el poder de convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, a tener a Dios en sus manos.....
Hoy he visto a cinco chavales, entre nueve y once años, tratando de ayudar y de servir, y a un Sacerdote que les insinuaba y trataba de hacerles sirvientes....bueno. Por ahí se empieza. 

martes, 17 de abril de 2012

Casi todos mis amigos y yo mismo, estamos cercanos a traspasar "el día de mañana". Transcribo ahora unos párrafos entresacados del Discurso del Papa Juan Pablo II, que dirigió el 31 de octubre de 1998 al Consejo Pontificio para la Pastoral de los Agentes Sanitarios. Me parece oportuno meditarlos, nosotros y quienes nos ayudan y soportan. 

Dijo el Papa:

"La ancianidad es la tercera etapa de la existencia: la vida que nace, la vida que crece y la vida que llega a su ocaso son tres momentos del misterio de la existencia de la vida humana. 
Nuestro tiempo se caracteriza por un aumento de la duración de la vida que, unido a la disminución de la fertilidad, ha llevado a un notable envejecimiento de la población mundial.
Por primera vez en la historia del hombre, la sociedad se encuentra frente a una profunda alteración de la estructura de la población, que la obliga a modificar sus estrategias asistenciales, con repercusiones en todos los niveles. Se trata de volver a proyectar la sociedad y discutir nuevamente su estructura económica, así como la visión del ciclo de la vida y de las interacciones entre las generaciones. Es un verdadero desafío planteado a la sociedad, la cual es justa en la medida en que responde a las necesidades asistenciales de todos sus miembros: su grado de civilización es proporcional a la protección de los miembros más débiles del entramado social.
 En esta obra también han de ser llamados a participar los ancianos, considerados muchas veces sólo destinatarios de intervenciones asistenciales; las personas ancianas pueden alcanzar con los años una mayor madurez en inteligencia, equilibrio y sabiduría. . De aquí se deduce que no hay que considerar a las personas ancianas sólo como objeto de atención, cercanía y servicio. También ellas pueden dar una valiosa contribución a la vida. Gracias al rico patrimonio de experiencias que han adquirido a lo largo de los años, pueden y deben ser transmisoras de sabiduría y testigos de esperanza y caridad 
La relación entre familia y ancianos ha de verse como una relación en la que se da y se recibe. También los ancianos dan: no se puede ignorar su experiencia, madurada a lo largo de los años. Aunque ésta, como puede suceder, no esté en sintonía con los tiempos que cambian, hay toda una serie de vivencias que pueden transformarse en fuente de numerosas sugerencias pare los familiares, constituyendo la continuación del espíritu de grupo, de las tradiciones, de las opciones profesionales, de las fidelidades religiosas, etc. Conocemos todas las relaciones privilegiadas que existen entre los ancianos y los niños. Pero también los adultos, si saben crear en torno a los ancianos un clima de consideración y afecto, pueden obtener de ellos sabiduría y discernimiento pare realizar opciones prudentes.
 Ulteriores observaciones han de hacerse también por lo que respecta a la asistencia socio-sanitaria y de rehabilitación, que muchas veces puede resultar necesaria. El progreso de la técnica al servicio de la salud alarga la vida, pero no necesariamente mejora su calidad. Es preciso elaborar estrategias asistenciales que consideren en primer lugar la dignidad de las personas ancianas y les ayuden, en la medida de lo posible, a conservar un sentido de autoestima, para que no les suceda que, sintiéndose un peso inútil, lleguen a desear y pedir la muerte 
 La Iglesia, defiende la vida desde sus primeros albores hasta su fin natural con la muerte. Sobre todo para esta última fase, que a menudo se prolonga durante meses y años y crea problemas muy graves, apelo hoy a la sensibilidad de las familias para que acompañen a sus seres queridos hasta el término de su peregrinación terrena. 
 El respeto que debemos a los ancianos me obliga a elevar, una vez más, mi voz contra todos los métodos de acortar la vida, que se conocen con el nombre de eutanasia. Frente a una mentalidad secularizada que no tiene respeto por la vida, especialmente cuando es débil, debemos subrayar que es un don de Dios, en cuya defensa todos estamos comprometidos. Este deber corresponde, en particular, a los agentes sanitarios, cuya misión especifica consiste en ser «ministros de la vida» en todas sus fases, especialmente en las que están marcadas por la debilidad y la enfermedad.
La eutanasia es un atentado contra la vida, que ninguna autoridad humana puede legitimar, puesto que la vida del inocente es un bien del que no se puede disponer. Dirigiéndome ahora a todas las personas ancianas del mundo, quisiera decirles: amadísimos hermanos y hermanas, no os desaniméis: la vida no termina aquí, en la tierra; por el contrario aquí tiene sólo su inicio. Debemos ser testigos de la resurrección. La alegría debe ser la característica de las personas ancianas; una alegría serena, porque los tiempos corren y se aproxima la recompensa que el Señor Jesús ha preparado para sus siervos fieles. ¡Cómo no pensar en las conmovedoras palabras del apóstol Pablo: «He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí: sino a todos los que tienen amor a su venida»! (2 Tm 4, 7-8).

miércoles, 4 de abril de 2012

ORACION a CRISTO (Papini)

Giovanni Papini, escritor italiano, alcanzó su merecida fama literaria en la primera mitad del siglo XX. Escritor controvertido, polemista, violento, que pasó en su vida por todas las posibles situaciones ideológicas a las que se entregó, a todas, apasionadamente. En su "Historia de Cristo" figura como epílogo una "Oración a Cristo" de la que hemos extraído estos párrafos, que definen a su autor y que cualquier seguidor de Cristo, puede hoy en día hacer suyos.

"Te hallas aun, todos los días, en medio de nosotros. Y con nosotros estarás siempre.
Tenemos necesidad de Tí. De Tí solo y de nadie más. Solo Tú que nos amas, puedes sentir por todos nosotros que sufrimos, la compasión que cada uno de nosotros siente por sí mismo. Solo Tú puedes sentir hasta que punto es grande, desmesuradamente grande la necesidad que hay de Tí en este mundo, en esta hora del mundo. Ningún otro, ninguno de todos cuantos viven, ninguno de cuantos duermen en el fango de la gloria, puede darnos el bien salvador a nosotros los necesitados, caídos en la penuria atroz, en la miseria más tremenda de todas: la del alma......
......Viniste la vez primera para salvar; naciste para salvar; hablaste para salvar; te hiciste crucificar para salvar. Tú arte, tu obra, tu misión, tu vida era salvar. ¡Hoy en estos días grises y dañinos, en estos años que son una condensación , un acrecentamiento insoportable de horror y de dolor, tenemos necesidad, sin la menor demora de ser salvados!.....
.......Nosotros, los últimos, te esperamos. Te esperamos todos los días a despecho de nuestra indignidad y de todas las imposibilidades. Todo el amor que podamos exprimir de nuestros corazones destrozados será para tí ¡Oh Crucificado! que fuieste atormentado por amor nuestro y que ahora nos atormentas con todo el poderío de tu Amor implacable.