martes, 22 de junio de 2010

EL MARTIR TESTIGO DE LA FE

D.Francisco del Campo Real, Delegado para la Causa de los Santos en la Diócesis de Ciudad Real, es el autor de este texto, que por su importancia, transcribimos:
En muchos ambientes de nuestro tiempo, molesta tanto la memoria de los mártires como el recuerdo de los pobres. Como si el lema de esta hora fuera: ni mártires ni santos, simplemente hombres y mujeres. Uno de los más vivos deseos del Santo Padre Juan Pablo II con miras al Gran Jubileo del año 2000, expresado en su Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente se dirigió a consolidar la memoria de quienes dieron su vida a causa de la fe a lo largo del siglo XX, hecho que no sólo debía constatar que la Iglesia ha vuelto a ser Iglesia de mártires, sino que estaba llamado a tener gran resonancia ecuménica. Lo expresaba de este modo:
"En nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, casi militi ignoti (soldados desconocidos) de la gran causa de Dios. En la medida de lo posible no deben perderse en la Iglesia sus testimonios. Es preciso que las Iglesias locales hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio, recogiendo para ello la documentación necesaria. Esto ha de tener un sentido y una elocuencia ecuménica. El ecumenismo de los santos, de los mártires, es tal vez, el más convincente. La communio sanctorum habla con una voz más fuerte que los elementos de división" (n. 37).
El Papa proclamaba con más fuerza lo declarado por él ya en otras ocasiones, como en la Encíclica "Veritatis Splendor" n. 90-94), donde subraya que ”los mártires marcan el paso de la vida de la Iglesia”.
Mártir no significa originariamente persona o realidad destrozada. Mártir es testigo fiel, fiable, seguro. El vocabulario cristiano ha ido precisando su significado en los dos primeros siglos de nuestra era. Siguiendo a Jesucristo, que los amó primero, se calcula que alrededor de un millón de cristianos murieron por la fe durante los tres primeros siglos del cristianismo. Y en esta muerte, ellos entendían que se iniciaba su vida plena con Dios.
Casi dos mil años más tarde, hoy, la catequesis eclesial afirma: “El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza”. (Catecismo de la Iglesia Católica).
El mártir asume morir por el Señor, morir en el Señor. Entra por “la: puerta estrecha” acepta que Dios reine en él y que le haga vivir misteriosamente en el paso de la muerte sufrida por el odio a la fe. El martirio aparece a los ojos de la fe como una obra maravillosa de Dios: por la fe, Jesucristo vive realmente en el cristiano y su mismo Espíritu le sostiene, le hace pasar del miedo humano a la confianza segura y al deseo amoroso de “ver a Dios”.
El martirio es la muerte aceptada voluntariamente por la fe cristiana o por el ejercicio de otra virtud conectada con la fe. “Con el martirio – afirma el Vaticano II – el discípulo se asemeja a su Divino Maestro que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a El en la efusión de su sangre, y es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor”(L.G. cap.V. n. 42).

No hay comentarios: