El aspecto jurídico atañe a la verificación de la prueba del martirio. Es necesario centrar la atención en los hechos concretos del contexto en que se presenta todo auténtico martirio. Se pueden reducir sus componentes a las siguientes:
a) Que hayan matado al perseguido (mediante fusilamiento, envenenamiento, eliminación con inyección letal etc.). Los sufrimientos aportados por la fe son ciertamente una fuente de mérito y constituyen testimonios convincentes (baste pensar en aquellos que, por la fe, han visto pisoteada la propia personalidad y aniquilada su capacidad psíquica); con todo, para que exista el martirio es imprescindible que se siga la muerte física. Se puede reconocer el martirio aunque la muerte no se producta instantánea e inmediatamente sino después de cierto espacio de tiempo, como consecuencia de los sufrimientos soportados por la fe; por ejemplo, cuando un fiel, por motivos anticristianos, ha sido encarcelado o deportado a un campo de concentración y ha muerto durante la reclusión o bien después de algún tiempo de haber recobrado la libertad, como consecuencia de los padecimientos sufridos ( ex aerumnis carceris). En este caso se deberá demostrar el nexo de causalidad, es decir que los padecimientos sufridos en la cárcel o en el campo de concentración, la enfermedad contraída etc. acarreen como consecuencia la muerte. En los Países donde han estado en vigor sistemas materialistas, tiranos y opuestos radicalmente a los principios cristianos, se podrá presentar una exposición general del carácter anticristiano del sistema mismo, y bastará añadir una descripción detallada de las características tomadas de la persecución en el lugar concreto del caso.
b) Que el que inflige la muerte haya actuado por aversión a la fe (“odium fidei”). Una tal voluntad de persecución tiene por objeto no solo las verdades de la fe que hay que creer (por ejemplo, la fe en Dios, en la Trinidad, en Cristo), sino también el ejercicio de las virtudes que la fe reclama, es decir una vida coherente con la fe cristiana.
c) Que el fiel haya aceptado voluntariamente la muerte por amor a la fe. No es necesario que se ofrezca explícitamente al mártir la posibilidad de salvar su vida si apostata de la fe; basta que sea consciente de que la práctica de una vida integralmente cristiana pueda llevar como consecuencia a la muerte. Téngase presente también que el intento de evitar el martirio (fuga, intento de esconderse), excepto cuando hay abandono culpable de la grey por parte del pastor, no constituye un obstáculo para reconocer el martirio; más todavía, todo fiel ha de procurar salvar la propia vida, y seria más bien reprobable el comportamiento contrario de quien desafía temerariamente y sin motivo suficiente a los perseguidores.
viernes, 16 de julio de 2010
domingo, 4 de julio de 2010
EL MARTIR TESTIGO DE LA FE
EL MARTIR TESTIGO DE LA FE(continuación)
El martirio, considerado en su aspecto teológico, no es fruto de una decisión del hombre, sino acción de la gracia, en el sentido de que no depende únicamente de la fuerza humana. Es mártir el elegido llamado a dar la prueba suprema de su amor a Cristo. Dios llama a todos al testimonio, pero reserva sólo a algunos para dar testimonio de El públicamente. Así pues, la gracia no es sólo invitación, sino impregna la acción misma del testimonio.
Todo cristiano escogido para este acto supremo obedece enteramente a la acción del Espíritu Santo, sufre la prueba sin prestar atención a los padecimientos que laceran su cuerpo, pues vive ya en la dimensión divina: "Muchos de los nuestros - afirma Orígenes -, aun sabiendo que confesándose fieles cristianos habrían sido sacrificados han desestimado la vida y han escogido voluntariamente la muerte por la vida". Benedicto XIV, en base al pensamiento de Santo Tomás y de sus comentaristas, elaboró un conjunto de datos y principios que la Iglesia ha utilizado para la comprobación canónica del martirio y ha fundamentado en ellos su praxis y decisiones.
En el ámbito de la elaboración teológica se han evidenciado dos elementos: el objetivo y el subjetivo.
El elemento objetivo comporta, que a la amenaza y acciones que pueden causar la muerte siga efectivamente la muerte; y además, que inflijan la muerte una o más personas físicas que se proponen causar la muerte misma.
Constituyen el elemento subjetivo estos dos hechos: que el perseguido acoja y sufra el suplicio mortal por amor a la fe con voluntad libre y manifiesta, no solo sin oponer resistencia, sino escogiendo las consecuencias incluso cruentas con suficiente libertad, y consciente de lo que afronta; y que el perseguidor este motivado por razones anticristianas: aversión a Cristo o a la fe, o también a una de las virtudes cristianas.
Los sufrimientos letales y la muerte misma asumen el significado del elemento material; y constituyen el elemento formal la circunstancia de causa que especifica la acción violenta del perseguidor y la muerte también violenta del perseguido.
Así pues, la intencionalidad anticristiana del perseguidor se cruza con la consciente fidelidad del perseguido a Cristo y con su disponibilidad a todas sus consecuencias que se pueden derivar, hasta la del sacrificio supremo.
El martirio, considerado en su aspecto teológico, no es fruto de una decisión del hombre, sino acción de la gracia, en el sentido de que no depende únicamente de la fuerza humana. Es mártir el elegido llamado a dar la prueba suprema de su amor a Cristo. Dios llama a todos al testimonio, pero reserva sólo a algunos para dar testimonio de El públicamente. Así pues, la gracia no es sólo invitación, sino impregna la acción misma del testimonio.
Todo cristiano escogido para este acto supremo obedece enteramente a la acción del Espíritu Santo, sufre la prueba sin prestar atención a los padecimientos que laceran su cuerpo, pues vive ya en la dimensión divina: "Muchos de los nuestros - afirma Orígenes -, aun sabiendo que confesándose fieles cristianos habrían sido sacrificados han desestimado la vida y han escogido voluntariamente la muerte por la vida". Benedicto XIV, en base al pensamiento de Santo Tomás y de sus comentaristas, elaboró un conjunto de datos y principios que la Iglesia ha utilizado para la comprobación canónica del martirio y ha fundamentado en ellos su praxis y decisiones.
En el ámbito de la elaboración teológica se han evidenciado dos elementos: el objetivo y el subjetivo.
El elemento objetivo comporta, que a la amenaza y acciones que pueden causar la muerte siga efectivamente la muerte; y además, que inflijan la muerte una o más personas físicas que se proponen causar la muerte misma.
Constituyen el elemento subjetivo estos dos hechos: que el perseguido acoja y sufra el suplicio mortal por amor a la fe con voluntad libre y manifiesta, no solo sin oponer resistencia, sino escogiendo las consecuencias incluso cruentas con suficiente libertad, y consciente de lo que afronta; y que el perseguidor este motivado por razones anticristianas: aversión a Cristo o a la fe, o también a una de las virtudes cristianas.
Los sufrimientos letales y la muerte misma asumen el significado del elemento material; y constituyen el elemento formal la circunstancia de causa que especifica la acción violenta del perseguidor y la muerte también violenta del perseguido.
Así pues, la intencionalidad anticristiana del perseguidor se cruza con la consciente fidelidad del perseguido a Cristo y con su disponibilidad a todas sus consecuencias que se pueden derivar, hasta la del sacrificio supremo.
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